viernes, 1 de noviembre de 2013

UNA CARTOGRAFIA PENDIENTE

Creo que tiene más de 25, soy pésimo para actualizar la edad, y es mi hija. Mi única hija (también tengo un hijo pero les separan demasiados años). La semana que viene inauguran un espacio, el espacio, que llevará por nombre La Enredadera. Inquietante nihilismo activo en su estado más puro, más nítido y más tierno, más entusiasta. Es un proyecto educativo alternativo, para todos aquellos que no creen en el sistema, que desconfían de él.

Son cuatro "locas" que a base de jornadas de trabajo exitosas han conseguido que una casa en ruina total de la huerta, una de esas que pasa una acequia por debajo, llegue a parecer un lugar habitable aunque no consiga serlo, todo ello por 1.000€, contrato de cesión incluido. Y dicen que hay padres interesados en dejar allí a sus hijos. Algunos resulta que son amigos. Y dicen que para el curso que viene confían en llegar a su cupo: 15. Y es posible que lo consigan.

Yo he intentado disimular mi desacuerdo durante un tiempo, defendiendo que el estado, nuestro estado, es capaz de aceptar la discrepancia y que lo acertado es trabajar dentro de él en su transformación, pero bien pensado cómo, dónde y sobretodo cuándo.

Pudiera ser que vivimos la gran fractura. Pudiera ser que la sociedad, resquebrajada, empuja sin remisión hacia afuera. Pudiera ser que los de dentro hayamos creado una muralla y en sus puertas exigieran el carnet de la claudicación y en su interior unos tibios y avejados críticos no ejerzamos más que de ignorantes bufones. El retorno a un régimen que pensabamos cerrado por la historia.

Y pudiera llegar a ser que asistamos a un cambio silencioso que tiene, aquí, la huerta como territorio de experimentación. Y no será una casualidad. La huerta es el afuera literal de una ciudad podrida. Dice hoy el periódico que nuestro Alcalde, ese que lleva veinte años frotando su bastón a ver si saliera el genio, le ha dicho a la oposición que para debates mejor se esperen a las elecciones, que de momento es tontería. Y entonces se comprende que frente al enquistamiento del no proyecto urbano, social y político, que ya amenazan con prolongar más de un lustro, después de dos décadas, y que no es un caso aislado sino pequeño botón de muestra de un sistema tetrapléjico, surjan micropoyectos rurales liberalizados de cualquier tipo de dependencia. Micropoyectos que parten de cero, desconfiados de toda herencia, y que por tanto se exigen repensarlo todo. Todo en cuestión, todo a debate, todo a reconsideración. Un trabajo bárbaro en el que toda concreción significará alejamiento. Y así con el paso del tiempo la distancia aumenta y la reinserción se imposibilita, porque incluso puede que ya sea otro mundo.

Y si así fuera, mi hija sería una heroína que su triste padre se resiste a reconocer, no fuera que arrastrara el implícito reconocimiento de su propio fracaso.

Por otro lado se está corriendo la voz, algo está pasando en la huerta, me dijeron el otro día a la salida de la filmoteca, como informándome. Yo callé, todavía callo, todavía me resisto,  aunque cada vez sea más débilmente, pero al menos alguien debiera empezar a cartografiarlo.