viernes, 31 de octubre de 2014

La perplejidad de los austriacos




Antes de llegar a mi casa y después de un intenso día docente alicantino echamos un rato en Diego Marín. Miguel Mesa recogió el último libro de Zizek (lo propio de quien está a la última) y yo compré al albur uno de Modiano (lo propio de quien no lo está). También deambulamos por los pasillos, como también es propio, rodeando las mesas de novedades, entre las que especialmente nos sorprendió el libro de María Blanco sobre Las Tribus liberales, evocando con mucho agrado el reciente congreso del Cendeac sobre estos años, cuando aún no sabía lo que me aguardaba.

Ya en casa, por rutina, encendí el ordenador para ponerme al día (todavía reduzco mi conexión a una diaria) y en el natural deambular informático entré en la web de La Verdad.  Enorme sorpresa: con grandes titulares se informa de algo parecido a la dimisión de José María Ródenas y Margarita Ros. Tras asimilar el titular me intereso por los detalles y agotada esa búsqueda intento con este escrito ordenar un pensamiento, incluso mejor, ser capaz de construir alguno para mi propio consumo.

Siempre pensé que mi muerte llegaría con dos estabilidades: el acompañamiento de mi "penchoneta" y la responsabilidad urbanística autonómica de José María Rodenas. Mi furgo tristemente murió hace poco en una cuesta, también volviendo de Alicante, y todo apunta a que a partir de mañana la responsabilidad urbanística es probable que vaya a otras manos (lo que tampoco puede interpretarse como una buena noticia). Así mi vida desde luego es más inestable, pero se abre de súbito una nueva ventana territorial.

Durante un breve periodo de tiempo y hace ya muchos años (hablo de más de 20), José María Rodenas y yo eramos compañeros de responsabilidades públicas en el ámbito regional y en igualdad de escala, él con el Urbanismo y yo con la Arquitectura. Yo lo dejé muy pronto, pero el siguió ininterrumpidamente hasta hoy, dirigiendo la política territorial autonómica, en cargos indistintos y probablemente cada vez con más autonomía. A lo largo de este tiempo hemos tenido esporádicos encuentros, en los que nunca estuvimos de acuerdo, diría que en nada; todas nuestras conversaciones eran puro antagonismo y creo que cada vez más determinadas por su éxito vital frente a mi fracaso evidente. En el vagón cafetería del Talgo, volviendo de Madrid y sobre Lorca, es la última que recuerdo. Sin embargo siempre fueron mutuamente cordiales y respetuosas. Eramos, llegaría a decir y mantengo, amigos, por muy extraña y lejana que esa amistad fuera. Y sobre esa base, estoy plenamente convencido de que su imputación nada tiene que ver con la corrupción.

El apartamiento judicial, forzado o voluntario aquí da igual, de su responsabilidad, tiene su explicación en otro escenario, pertenece a otra esfera. La lectura con detenimiento del auto ayuda mucho a su esclarecimiento. El juez, incluso ignorantemente, apunta a lo ideológico, a lo institucional. Así, esa razón otra es la que me gustaría ser capaz de configurar, de esclarecer.

Es ahora cuando se precisa rescatar lo acontecido por la tarde.

En ese reciente congreso organizado por el Cendeac con el título de España sin (un) franco, se presentaron dos opciones ideológicas claramente antagónicas, ambas muy bien armadas teóricamente y absolutamente confrontadas. De una parte los liberales, particularmente identificados en la raíz austriaca protagonizada por Friederich von Hayek, presente en una de las ramas del árbol de la portada. De otra el disperso mundo de lo radical, aquel que se mueve entre la continuidad y/o superación del materialismo histórico, entre los que últimamente Chantal Mouffe me despierta un especial interés con su pluralismo agonístico, Simon Critchley con su anarquismo místico, o César Rendueles con su nuevo institucionalismo.

Pues bien, veo ahora con claridad que en la base de esas discusiones históricas entre José María y yo estaba la inevitable pertenencia, probablemente desconocida, aun intuitiva, de cada uno de nosotros a un bloque diferente. El es un liberal convencido, yo un radical inevitable, y ambos cada vez más progresivos.

Pero la cosa relevante sería pensar que ese liberalismo extremo, para perplejidad probablemente de todos, se ha convertido en una actitud sospechosa. O mejor dicho que el gobierno desde el liberalismo radical desemboca en unas prácticas (podríamos decir informes) que judicialmente llegan a ser problemáticas, implicadoras.

El liberalismo también pasa completamente tanto de la ontología orientada a objetos como del materialismo relacional (los campos favoritos de Miguel Mesa) y este desentendimiento choca frontalmente con una sencilla perspectiva judicial, ya no se entiende, no se acepta o no se permite.

Quedaría una evaluación emocional. Podría estar contento, no deja de ser una especie de pequeña victoria en una larga disputa. Sin embargo la realidad es que me entristece. Quizá porque siendo claro que las interpretaciones de estos y otros muchos hechos han de conducir a un cambio inevitable o necesario, no creo que lleguen a formularse los diagnósticos precisos. Quizá porque el rechazo ya sistémico que se está gestando en nada garantiza que los recambios alberguen la esperanza de introducir ese nuevo institucionalismo renduelense.


jueves, 2 de octubre de 2014

La lógica vuelve a Verónicas

Un texto anónimo que te entregan a la salida refiere la experiencia que acabas de tener como una abrumadora inmersión hacia nuestro propio interior, efecto de los deslizamientos físicos y cromáticos que Nico Munuera es capaz de realizar en las pinturas que cuelgan por fin de las paredes de la Sala de Verónicas.

Sin embargo, el tiempo que el autor del texto reclama para que cada uno se sumerja en sí mismo como efecto de estar mirando cualquiera de esos cuadros de gran formato, yo lo he dedicado a interrogarles, a preguntarles qué hacían allí, que pretendían con su presencia, si tenían algo que decirme, incluso si tenían algo que pedirme. Ha sido después cuando he comprobado el error: aquello no está pensado para el nosotros, está pensado para el yo; pero ya era tarde, las preguntas estaban hechas, aún más, ya disponía hasta de las respuestas.

Es probable que la contemplación obsesiva de esos espacios cromáticos pueda conducir a estados místicos. Poco que decir del orden, de la pulcritud, del esmero, de la sutiliza, de la seriación, de la fragmentación, incluso de la manipulación del tiempo o de la pericia técnica. Pero lo que sin duda es cierto es que Verónicas traslada un claro mensaje político de reconquista y de hegemonía, incluso de limpieza y purificación. Me consta la tranquilidad de muchas conciencias: se ha restituido el control disciplinar.

Pero lo siento, a algunos nos interesa el desorden, la experimentación, lo contingente, lo relacional, la incertidumbre, lo, incluso, incomprensible, o lo inaprensible.

Leí con entusiasmo este verano el relato de Vila-Matas de su experiencia en Kassel, un encuentro abierto, desprejuiciado, con el arte contemporáneo que a lo largo del texto paulatinamente le va atrapando hasta alcanzar un entusiasmo performativo,  hasta acabar sintiéndose otro, por efecto de una secuencia de experiencias que en ningún caso, como el título resume, invitan a la lógica.

Verónicas es ahora una experiencia inversa, una experiencia racional que te proyecta a un pasado antropomórfico imposible de relacionar con el presente.


Así frente al pretendido efecto balsámico de este indiscutible giro radical, al menos deben saber que a algunos visitantes a la salida les hierve la sangre.