domingo, 18 de diciembre de 2016

TIROTEO EN EL O.K. COLECTIVO

El sábado 25 de abril de 2009 la edición impresa de El País publicaba un artículo, a doble página y firmado por Andrés Jaque, con un titular provocador: El arquitecto no es un creador solitario[1]. Por el relato de Andrés, que exponía un nuevo contexto productivo emergente en el que la figura del arquitecto tradicional se empezaba a tambalear, aparecían, por orden de intervención:  Zuloark (abierto a todo el que se siente zuloark), PKMN (ciudad crea ciudad), Zira 02, y Leon 11, estos formando parte de la plataforma Zoohaus, más Motocross, el grupo MMMM, Basurama y Ludotek.







El artículo de Andrés tuvo una notable repercusión pública, pudiéndose constituir en el acelerador generalizado de apertura de una línea de fuga de aquel presente, marcado por los momentos profundos de la crisis, que contaminara extensivamente el mundo profesional y muy intensamente el académico, aunque el propio Andrés no las tuviera todas consigo, como deja bien claro en la conclusión de su artículo: No está claro que todos ellos vayan a encontrar nichos de oportunidad en un mercado que pide a los proyectos lo mismo que a un galán de telenovela: una encarnación unipersonal, heroica y sin rastro de duda o contradicción.

Tres años después, 2012, en el número 145 de la revista Arquitectura Viva, el asunto  alcanza la portada y copa los contenidos, los colectivos ya han adquirido, al menos para el director de la revista, la condición de necesarios, en un sorprendente giro de su tradicional línea editorial. En ese tiempo parece que el virus se ha extendido por toda la geografía estatal y los colectivos se ofrecen o postulan como la única alternativa al derrumbamiento del ejercicio profesional tradicional que conlleva la pertinaz crisis. Lo colectivo deja de ser una posible referencia porque alcanza la categoría de modelo.  El encargado ahora de su presentación será Iván López Munuera, para quien los colectivos se han desarrollado tanto que han adquirido la condición de todo un plural ecosistema español, y en consecuencia el número de los seleccionados aumenta significativamente, pasando de los 8 de Andres a 48 con Ivan. Los colectivos parece que, además de ofrecer un sistema de trabajo distinto, ofrecen una nueva arquitectura, la brecha generacional, en palabras de Ivan, también adquiere la condición de cognitiva.

Transversalmente, a partir del año 2010 y con un final pronosticado para el año 2019, transcurre otra historia: la Ciudad del Pop de Kaohsiung, protagonizada en este caso por Manuel Alvarez-Monteserín y que acaba de describirse con todo detalle en un post del blog yorokobu[2], un espacio que propone slow reading de asuntos relacionados con la creatividad y principalmente dirigido al emprendimiento.  En lo sustancial se trata de que, para sorpresa de todos, un posible colectivo gana un concurso oriental de gran presupuesto, pero no solo eso, porque después de numerosos avatares consiguen mantener el control sobre el desarrollo ejecutivo y la propia dirección de obra.

La historia de Manuel quiebra así con los presagios de Andres, al romper con ese techo entre romántico y “perroflautico” en el que parecían encasillados los colectivos. Manuel había desarrollado, entre otras cualidades, una excepcional habilidad para la infografía y sospecho que cuando Andrés escribe que a base de echar horas sin echar cuentas y explotar su posición privilegiada ante la brecha digital, pueden producir para un concurso de propuestas arquitectónicas una densidad de píxeles por centímetro cuadrado de panel, que la oficina asentada jamás podría encajar en una contabilidad normalizada pudiera estar pensando particularmente en él, pero además adquiere y demuestra las capacidades diplomáticas necesarias para la negociación con los promotores y para la gestión de los equipos de producción.

            



Pero la historia de la Ciudad del Pop también conlleva significativas pérdidas: pelo, pareja y amigos, en palabras del protagonista, y un inquietante fracaso del colectivo, en opinión de quien esto escribe. Manuel era miembro del originario León 11 que, aunque digitalmente aun hoy pareciera estar vivo, poca duda persiste de que casi todos ellos deambulan por separado. En el caso particular de Manuel poniendo en marcha OMNI[3], un coworking periférico de creatividad y producción.

Pudiéramos  pensar que este es un caso aislado y que el sistema colectivo se conserva vigoroso y expansivo pero, sin que la historia se haya hecho pública, lo cierto es PKMN al menos se ha fragmentado en unas partes que creo que ya no reúnen las condiciones necesarias para lo colectivo. Y en el Campo de Cebada, ese gran hallazgo público y tangible de empoderamiento vecinal que se abrió en septiembre de 2010, ya se ha puesto fecha para el final de la temporalidad[4]. Podríamos seguir, pero nos atrevemos a concluir que lo colectivo parece incapaz de superar ese momento crítico del enfrentamiento en duelo con las fuerzas todopoderosas del capital, en cualquiera de sus versiones últimas. Cuando quienes escriben la historia de Manuel empiezan a relatar los problemas se ven necesitados de ofrecer una explicación que encuentran en: la falta de jerarquía. Y, ciertamente ese es el sentido del duelo, un duelo de jerarquías, o más bien un duelo entre su ausencia y su permanente relevancia.

Pero ni mucho menos este pretende ser un texto que de noticia del abatimiento de lo colectivo. Lo ocurrido, en el caso de que efectivamente hubiera ocurrido como se relata y si no fuera así tampoco es relevante, informa de la dificultad que ofrece cambiar los sistemas, de lo delicado que resulta enfrentarse a determinadas fuerzas cuando estas empiezan a reconocerte como una posible amenaza, lo que en nada reduce la necesidad o la conveniencia de hacerlo y mantenerlo. Christian Laval y Pierre Dardot acaban de publicar un extenso ensayo con el que se muestran confiados en la capacidad de lo común para instituirse, con un desarrollo profundo, en la base de una revolución imprescindible[5]. En su texto, después de profundizar en las múltiples formas de institución de lo común, ofrecen una serie de proposiciones  políticas, tanto teóricas como prácticas, que fundamentalmente valoran como premisas de un razonamiento que solo las luchas prácticas podrán construir y desarrollar. La empresa común (propuesta 4) es el claro marco teórico del colectivo, cuya presencia debemos conseguir, entre todos, que prevalezca en la esfera productiva de la economía arquitectónica, y de lo que empezamos a tener noticias es de las enormes dificultades que como empresa ofrece.





[1] No dispongo de la edición en papel, pero el contenido del artículo se puede ver en: http://elpais.com/diario/2009/04/25/babelia/1240614367_850215.html

[2] http://www.yorokobu.es/ciudad-del-pop-taiwan/

[5] Laval, Christian, Dardot, Pierre. Común. Gedisa editorial. Barcelona. 2015