sábado, 17 de noviembre de 2018

Agua, qué alegría


Un año más ha vuelto a pasar, aunque en esta ocasión ha sido para nuestra propia satisfacción.
Diría que antes, hace décadas, era más pronto, pero ahora es a mediados de noviembre cuando llueve en Murcia. Porque sí, hay al menos un día al año en el que en Murcia llueve. Llueve y mucho. Sin embargo al día siguiente todos se sorprenden, un año tras otro. Como si fuera algo inaudito, como si no hubiera pasado lo mismo el año anterior. Solo hace falta ver las portadas de los periódicos. Y lo sé con seguridad porque desde hace un par de años estaba esperando que este día llegara, porque hay trabajos que solo se conciben para un día inesperado y cuando ese día llega, la verdad, te llena de entusiasmo, pero habrá que empezar más o menos por el principio.

En la década prodigiosa que inauguró este siglo, en el Campo de Cartagena se proyectaron innumerables resort, y algunos de ellos alcanzaron su plena condición real. Uno, de los menos conocidos pero extenso como el que más,  es Terrazas de la Torre Golf Resort, situado en tierra de nadie entre Balsicas, Torre Pacheco y Roldán. Un resort estándar con su amplio campo de golf, con sus apartamentos en el perímetro, con su rotunda  valla circundante alfonsina y con su puerta rimbombante con sus guardias de seguridad practicando antiguos controles aduaneros. Un resort con su amplia avenida propia de acceso que se toma desde la carretera que une Balsicas con Roldán.

Pues bien, esa avenida sorprendente con su puntuación de palmeras, su doble carril por sentido y unas aceras solitarias que la bordean, una vez al año es río. Un río mágico que entra al resort como Pedro por su casa y devasta todo su interior hasta terminar brincando por la parte de la valla que se encuentra al final de su recorrido. Y pasa que mientras el río atraviesa el resort ni se sale ni se entra. El resort convertido en cárcel temporal, en gueto, en una extraña  isla inundada, en una bañera gigantesca. Y lo más sorprendente es que eso puede ocurrir sin que allí llegue a llover. Un agua enorme que aparece de súbito por la puerta sin que nadie la haya reclamado.

La empresa que administra el resort un día convocó allí mismo a un número indeterminado de arquitectos, entre los que nos encontrábamos, al objeto de hacerles partícipes en directo del fenómeno y de convocar un concurso de ideas, o similar, para, digamos, tomar medidas. Lo ganamos nosotros y nos pusimos a estudiar.

Pronto descubrimos que, simplificando, el resort estaba encima de una rambla, una de las muchas que recorren en paralelo todo el largo del Campo de Cartagena y que el agua solo pretendía seguir el camino que en los últimos milenios había seguido. Esa visita inesperada era un agua a la que una vez al año gustaba pasar por allí. Sobra decir que el invitado patoso y extemporáneo, inadaptado, era el propio resort y nuestro compromiso obligado sería mejorar su integración territorial. Así, empezamos por una aproximación hidrológica territorial hasta definir una posible cuenca. Seguimos por hacer unos cálculos hidráulicos y finalmente un diseño de cauce para que ese itinerario al que el agua estaba acostumbrada se pudiera recuperar lo antes posible. Un proyecto, pues, de restauración hidrológica, al más puro estilo posthumano, pero en unas condiciones de extrema austeridad económica y encorsetados en un terreno de propiedad municipal con un ambiguo permiso verbal de ocupación.


El proceso avanzó con la contratación de una empresa que por muy poco dinero, porque tampoco era mucha la obra, se dispuso a construir en medio de la nada un cauce. Todo ello bajo un sol de justicia que hacía percibir lo que proyectábamos como un auténtico espejismo.

En ese tiempo, en el que nos creíamos los mejores intérpretes del medio, incluso intentamos que esa agua que estaba por venir se pudiera aprovechar, retenerla y destinarla pausadamente al riego de lo que fuera. Porque lo más paradójico de todo es que siendo un lugar este en el que un día sí y al siguiente también alguien reclama que venga agua de dónde sea, cuando esta aparece sin que nadie la convoque, entonces nadie la quiere y el agua se convierte en una agente hostil e indeseado al que se le atribuye el trágico fin de que todo lo arrasa a su paso, como si hubiera agua buena y pacífica frente a aguas maléficas y exterminadoras. Pero a esto no llegamos. El agua, si acaso aparecía, sortearía el resort para seguir su camino hacia el Mar Menor.

Ayer, en Murcia ciudad, tan solo caían unas gotas cuando sonó el teléfono. Era Pepa, de la empresa administradora, diciendo que fuera a Balsicas para ver el espectáculo. En los vídeos que siguen pueden verse pequeños fragmentos de lo que nos encontramos (ni sé, ni tengo tiempo de aprender también a montarlos en uno solo)

A veces, este oficio da satisfacciones.

























viernes, 12 de octubre de 2018

Un arte de cuidado. O cómo generar vínculos en el postnaturalismo.



  Figura 1. Caspar David Friedrich, Caminante sobre un mar de nubes. Óleo sobre lienzo, 1818.

Caminante sobre un mar de nubes, el famoso cuadro de Caspar David Friedrich, este año cumple, justamente, dos siglos. Un cuadro abierto a multitud de interpretaciones, pero cuya centralidad en el discurso romántico nadie discute. Un cuadro que, fuera de todo simbolismo, establece una relación intensamente directa entre un caminante y una naturaleza buscada que se ofrece, extensa y misteriosa, en el horizonte de su perspectiva. Un caminante, un humano, que podría representar a todos los humanos. Un paisaje, una naturaleza, que podría representar a todas las naturalezas. El humano, pues, en esforzado dialogo con la naturaleza, ¿interrogándola?, ¿admirándola?, ¿amándola? Y la naturaleza, insondable y sublime, ofreciéndose como mejor respuesta de las inquietudes del espíritu. El romanticismo rebelándose con pasión frente a los dictados de la razón del siglo precedente. El romanticismo ofreciendo el naturalismo como el lugar para el recreo del sentimiento y la subjetividad, frente a la esterilidad ilustrada y la fe en el progreso.

Sin embargo, doscientos años después, 
¿qué queda de aquel humano y de aquella naturaleza? 
– Poco, muy poco.  
A lo largo de estos doscientos años un capitalismo, múltiple y continuo; y una modernidad, infatigable al desaliento, han sido capaces de transformar radicalmente a aquel humano y a aquella naturaleza. De tal manera que lo humano está atravesado por lo cyborg (Haraway, 1985) o mutando en lo posthumano (Braidoti, 2015). Mientras que la naturaleza como otredad ha desparecido, presentándose ahora como un ser amenazado, frágil, finito, enfermo, devastado.

Cuando Rosi Braidoti inicia la elaboración de la teoría de lo posthumano, que tanto interés ha despertado como propuesta desde la que poder entender las contradicciones que se acumulan en el mundo contemporáneo, y que están amenazando la propia vida, como uno de los principios de partida, establece el continuum naturaleza-cultura, que describe del modo siguiente. “Desde mi punto de vista, el común denominador de la condición posthumana es la hipótesis, según la cual la estructura de la materia viva es, en sí, vital, capaz de autorganización y, al mismo tiempo, no-naturalista. Este continuum naturaleza-cultura es el punto de partida para mi viaje a la teoría posthumana”.[1]

Lo posthumano, nuestro más que probable presente y el seguro rumbo de nuestro futuro, se asienta, pues, sobre alguna forma de postnaturalismo, en el que se diluyen múltiples dualismos. Una interpretación superadora de cualquier pensamiento binario y dicotómico para poder abordar la problemática medioambiental con la complejidad que la caracteriza.

La naturaleza ni es otredad, ni está fuera, ni es autónoma. La naturaleza hoy está atravesada por la tecnología y por nosotros mismos, cada vez más ajenos, probablemente en un estado ya irreversible. Al mismo tiempo que la condición humana, como todo ecofeminismo insiste en recordar (Herrero, 2015), permanece sostenida por completo por la propia naturaleza. Es pues una intersección, una encrucijada, en la que ya no pueden analizarse los sistemas por separado porque su razón está en su inexorable interdependencia y sus supervivencias en una acertada interacción.

Analizaremos, a continuación, un par de casos en los que se revelará esa interdependencia que, paradójica y simultáneamente, sus gestores se esfuerzan en ocultar, postulando una falsa versión de autonomía de la naturaleza cuando se establecen condiciones de protección y aislamiento.



Figura 2. De marcha nórdica circular por El Clot de Galvany

Situémonos, en primer lugar, frente al Clot de Galvany. El Clot, que significa “hoyo”, es un espacio perteneciente y gestionado por el Ayuntamiento de Elche que está catalogado como Paraje Natural. En sus 350 hectáreas de extensión se pueden reconocer una valiosa secuencia de ecosistemas propios del territorio costero mediterráneo. Desde las praderas de posidonia en la repisa marina, pasando por los sistemas dunares del litoral, hasta saladares y humedales propios de una pequeña cuenca endorreica. Todos ellos habitados por una abundante e intensa diversidad biológica de flora y fauna, sumida en la amenaza, el enclaustramiento y la escasez.


Figura 3. Vista aerea del Clot y su entorno.

Y alrededor del Clot también podemos observar una diversidad de formas constructivas con las que se atiende un desarrollo urbanístico que pretende dar acomodo permanente a unos flujos inestables de una población en busca del clima del que carece en sus territorios de nacimiento. Gran Alacant, Monte y Mar, Puerto Marino, Costa Hispana, Altomar, Arenales del Sol y Los Limoneros configuran una corona continua de urbanizaciones que, alineadas alrededor de El Clot, materializan con claridad eso que se denomina presión urbanística. Y por ellas se mueven otros seres que intentan desarrollar unas vidas en un medioambiente muy urbanizado pero  precariamente dotado de los elementos característicos de lo urbano.

Son dos ecosistemas contiguos, claramente deslindados que se perciben como radicalmente enfrentados y que sin embargo resultan completamente interdependientes. Los humedales, que son la base de los valores biológicos que se reconocen, requieren que aflore un agua que debiera de ir permeándose por el conjunto de la cuenca perimetral, pero que ya no lo hace porque la impermeabilización del suelo, realizada por las urbanizaciones, lo impide. Sin embargo la vida en las urbanizaciones provoca la aparición de una gran cantidad de aguas residuales con las que no se sabe bien qué hacer y cuyo destino final será, a través de las infraestructuras necesarias, las charcas que ahora vemos.

Así, patos amenazados como la malvasía cabeciblanca y la cerceta pardilla, cigüeñuelas, chorlitejos, andarríos, zampullines, gallinetas, fochas, etc. no son conscientes de la procedencia de las aguas en las que viven. Al igual que suecos, rusos, ingleses, noruegos tampoco serán conscientes del destino de las aguas que evacuan cuando tiran de la cadena de sus wáteres o cuando se duchan después de los baños marinos.

No es pues lo que tenemos delante una pequeña naturaleza libre e independiente, sorprendentemente autónoma, sino su ficción, un lugar vigilado, permanentemente atendido y tecnificado. Un lugar dependiente por completo de la actividad fisiológica de quienes habitan en su perímetro. Sin embargo, las tuberías que conectan los miles de desagües circundantes con la depuradora que alimenta las lagunas constituyen una infraestructura completamente oculta e invisibilizada.


 Resultado de imagen de vista aérea del mar menor
Figura 5. Vista aérea del Mar Menor

Demos ahora un pequeño salto hacia el sur y situémonos ahora en otra laguna, en este caso salada, el Mar Menor, sobre el que tanto se lleva escribiendo desde tantos años. El Mar Menor constituye la albufera o laguna litoral española de mayor dimensión, y dispone, o disponía, de los valores medioambientales suficientes acumulando múltiples figuras de protección. Con forma semicircular, la  parte curva equivale a una bahía, mientras que la parte más recta es una larga formación dunar de constitución relativamente reciente. En la circular se ha ido desarrollando desde el propio siglo XIX un tipo de asentamientos de tipo núcleo rural que atendía las emergencias refrescantes de la población interior, mientras que en la recta, La Manga del Mar Menor, a partir de los sesenta, se activó un funesto desarrollo turístico que arrasó con todo, hasta la completa urbanización de lo que se seguía vendiendo como paraíso natural. Y detrás de este perímetro urbanístico casi continuo, salvo terrenos militares incrustados, aparecen unos campos dedicados a la agricultura intensiva en búsqueda permanente de agua para el riego que se complementará con una abundante química que garantice las producciones.

Figura 6. Diagramas de los fondos del Mar Menor

Pero nos centraremos en un acontecimiento concreto que se inició el 25 de noviembre de 2016, cuando Juan Manuel Ruiz, científico titular del Instituto Español de Oceanografía y buen amigo, junto con Pedro García, presidente de la Asociación de Naturalistas del Sureste, divulgaban, en rueda de prensa, un gráfico demoledor en el que se contrastaba la vegetación marina del 2014 con la de 2016, ofreciendo una visión indubitativa de una lamentable transformación medioambiental. La laguna se había, súbitamente, eutrofizado[2], sustituyendo ricas praderas vegetales por un fondo fangoso continuo.

Al día siguiente esta “repentina” transformación se publicaría en toda la prensa regional (Ruiz, 2016) y al siguiente en toda la nacional (Nieto, 2016). Esta “hecatombe nacional” en palabras de Pedro García abría una crisis profunda aun no resuelta. Aquí solo nos centraremos en dos aspectos llamativos de esta crisis.

Por una parte el esfuerzo sistemático de los políticos, sobre todo, a lo largo de estos años permanentemente presentes como salvadores de la causa, por otorgar al fenómeno de la eutrofización un carácter misterioso y complejo que requeriría un estudio científico profundo que garantizara unas causas precisas, cuando eran ya décadas las que en numerosas publicaciones científicas se venía advirtiendo del riesgo de este proceso, si no se interrumpían los vertidos sistemáticos que se estaban produciendo en la laguna. Se trataba, claramente, de arrojar sombra sobre una relación directa entre la acción humana y sus consecuencias medioambientales. Se trataba de crear la confusión suficiente para que la clara dependencia de la laguna de sus devastadores usuarios perimetrales no terminara de emerger con claridad, no fuera a ser que los agricultores, los inmobiliarios o sus necesarios colaboradores políticos, los que tanto hacen por la economía regional, incluido su caos actual, se rebelaran ante alguna forma de exigencia de responsabilidades.  


 Figura 7. Una de las alternativas propuesta por la mancomunidad de regantes para la evacuación de aguas salobres

Por otra parte también procede destacar el esfuerzo por ocultar toda la tecnología que se activa para intentar la recuperación de la laguna, el retorno a un estado primigenio de naturaleza complaciente, el rescate del escenario inicial que resultaba tan especulativamente atractivo. Así, se ponen en marcha algunas iniciativas de control y de tratamiento, de reconducción y depuración, pero siempre tratando de que esta nueva naturaleza bajo control tecnológico no se perciba fácilmente, creando la ficción de que permanece una naturaleza con capacidad autoregenerativa.

Tanto en un caso como en otro se insiste en la idea de que la naturaleza tan solo requiere medidas de aislamiento para que sobreviva, de que con la exclusiva adopción de sistemas de seguridad es suficiente, ocultando que la naturaleza, en su estrechez y precariedad, ha perdido esa capacidad, que los ecosistemas ya no son capaces de mantenerse vivos por sí mismos, que requieren, irremediablemente, de una asistencia tecnológica continua. Por el contrario, lo que desde esta ponencia se reclama es la conveniencia de visibilidad de las tecnologías en los ecosistemas, el desvelamiento de la totalidad de mecanismos que los sostienen, su descajanegrización en términos latourianos. En La esperanza de Pandora (Latour, 2009) y en otros múltiples textos posteriores el autor sugerirá una reconstrucción del orden social desde la arqueología de los discursos. En su Glosario empezará por describir cajanegrizar o encerrar en una caja negra como el fenómeno referido  “al modo en que el trabajo científico y técnico aparece invisible como consecuencia de su propio éxito. Cuando una máquina funciona eficazmente, cuando se deja sentado un hecho cualquiera, basta con fijarse únicamente en los datos de entrada y los de salida, es decir, no hace falta fijarse en la complejidad interna del aparato o del hecho. Por tanto, y paradójicamente, cuanto más se agrandan y difunden los sectores de la ciencia y de la tecnología que alcanzan el éxito, tanto más opacos y oscuros se vuelven”[3]. Lo que Latour en todo momento defenderá es la apertura de esas cajas negras que los científicos dan por supuestas y no se problematizan. Descajanegrizar la ciencia exigía el análisis minucioso de cómo los científicos movilizan los recursos retóricos disponibles y los recursos micro y macrosociales. Latour representa este proceso como una red dentro de la cual la frontera entre ciencia y tecnología se borra, pasando a hablar de una tecnociencia basada en una red de alianzas que se debe visibilizar. Y, si para Latour, del mismo modo que los estudios de la ciencia deben descajanegrizar las teorías científicas, las prácticas políticas deben descajanegrizar los asuntos públicos, nosotros añadiremos que el arte y la arquitectura también pueden encontrar una eficaz acción social en la descajanegrización de esa tecnocienca empeñada en ocultar los vínculos, cada vez más intrincados, entre naturalezas y sociedades. 


Figura 8. Aula-escalera de la desalación, Balerma, Almería. Obra de ad-hoc

Un ejemplo propio de descajenigrización es nuestro centro de interpretación de la desaladora del Campo de Dalías (una de las imágenes iniciales sobre las que se lanza el concepto de antropoceno). Para un mejor conocimiento del proyecto se puede pinchar aquí


 Figura 9. Fotografia de Carol Gilligan tomada de wikipedia

Pero, cómo atender o intervenir en esos vínculos entre naturalezas y sociedades a los que nos referíamos. Carol Gilligan empezará su proceso intelectual colaborando con Lawrence  Kolhberg en la elaboración de su teoría del desarrollo moral, evolucionando hacia su cuestionamiento hasta la elaboración de una teoría propia, la ética del cuidado, en oposición a la ética de la justicia de su maestro (Gilligan, 1982). 



Figura 10. Portada del libro In a different voice

Con ella, además de conformar uno de los ejes centrales de la crítica feminista contemporánea a la teoría moral universalista, dará un giro significativo al marco conceptual del patriarcado, diseñando un nuevo paradigma que ensanche el horizonte de la ética y la política. A través del estudio y el análisis directo del sentir y el razonar femenino, obviado por su maestro, Gilligan descubrió el valor del cuidado, un valor que debiera ser tan importante como la justicia, pero que no lo era porque se desarrollaba sólo en la vida privada y doméstica protagonizada por las mujeres. A partir de esos análisis Gilligan insistirá en la necesidad de universalizar las obligaciones del cuidado, desde una perspectiva no esencialista. El cuidado y la asistencia no son asuntos de mujeres, sino intereses humanos. El cuidado será una forma moral específica y subjetiva de atención al otro, una forma particular que expresará la existencia de unos vínculos concretos entre los seres humanos, que para Gilligan, adquieren el sistema, de nuevo, de red. La ética del cuidado entenderá el mundo como una red de relaciones y lo importante no será el formalismo, sino el fondo de las cuestiones que demandan una decisión.

Será este un buen momento para sugerir un nuevo trasvase. Si antes proponíamos la herramienta de la descajanegrización para desvelar o intervenir en el ámbito de la tecnociencia que se oculta en  el continuum naturaleza cultura, ahora ofreceremos un marco ético que la concrete con la ética del cuidado, extendiendo su ámbito de referencia hasta el conjunto de los seres vivos. La ética del cuidado contiene un principio activo que surge de un sentimiento de responsabilidad, que se desarrolla, a su vez, desde las relaciones concretas de unos individuos con otros, impulsando prácticas de afecto y cuidado, más allá de toda consideración racional, pero que, eso es lo que defendemos aquí, también puede extenderse a las nuevas responsabilidades que están constantemente surgiendo entre seres humanos y no humanos. Volviendo al principio, la ética del cuidado bien pudiera ser, como referente moral de lo posthumano, el marco teórico de nuevas prácticas arquitectónicas y atísticas.

Un viaje reciente por Extremadura nos llevó, casualmente, hasta un extraño lugar: la cantera de Alcántara, en el que, de algún modo, parte de todo lo que aquí se está defendiendo era palpable desde lo espontaneo. 



Figura 11. “La Cantera” de Alcántara

Tan solo 600 metros más arriba del famoso puente romano de Alcántara se terminó de construir, en el año 1969, una imponente presa hidroeléctrica que regula gran parte del caudal de Río Tajo. La construcción de la presa requirió la apertura de una cantera en las proximidades de la que extraer el material necesario para la fabricación del hormigón de la propia presa. En esta cantera a cielo abierto en algún momento de su apertura empezó a brotar agua dulce por perdida de algún acuífero afectado, generándose un pequeño lago de agua dulce que tiene dos efectos simultáneos. Por un lado se ha convertido un lugar de gran encanto, interpretado como piscina natural por los humanos y como recurso turístico singular por aquellos humanos obsesionados con la explotación de todo recurso natural. 


Figura 12. Buitres asentados en la “La Cantera” de Alcántara

Pero por otro, las numerosas cornisas de piedra natural que con la construcción escalonada, propia de una cantera, se han generado han sido interpretadas por un gran número de especies faunísticas de la zona como privilegiado balcón desde el que desarrollar sus propias vidas, por su idoneidad para anidar. De forma tal que buitres, alimoches e, incluso, cigüeñas negras, y, extremeños y turistas despistados, al menos de momento, son capaces de convivir  cuidadosamente.

Nos lejos de la "cantera" y con la idea de que la convivencia entre naturalezas y humanos aún es posible, si ofrecemos los dispositivos que la faciliten, nos encontraremos con dos nuevos ejemplos de nuevo fortuitos, protagonizados por las cigüeñas que visitan estos territorios para invernar.


Figura 13. "¿Por qué el proceso entre Pilatos y Jesús duró solo dos minutos? (1996). Escultura de Wolf Vostell conformada por el fuselaje de un avión ruso Mig-21, dos automóviles, monitores de ordenador y tres pianos.


La escultura "okupada"de Wolf Vostel que preside el patio de su Fundación en Malpartida de Cáceres, y una estructura abandonada en las afueras Coria que, interpretables como land art, tambien son susceptibles de aprovecharse como residencia invernal.

Figura 13. Pilares de hormigón prefabricado 




Referencias bibliográficas:




[1] Página 12
[2] La eutrofización es el proceso de contaminación más importante de las aguas en lagos, balsas, ríos, embalses, etc. Este proceso está provocado por el exceso de nutrientes en el agua, principalmente nitrógeno y fósforo, procedentes mayoritariamente de la actividad del hombre.
[3] Página 85

viernes, 15 de junio de 2018

Reivindicación de la planta

         En medio de un proceso de diseño complejo y urgente, con el que se persigue definir un Bloque Quirúrgico moderno, en un espacio preestablecido y saturado de condicionantes, resultaba más que necesario contrastar las recomendaciones oficiales con las ejecuciones concretas de aquello que se llama instalaciones de excelencia. Y ha sido en esa búsqueda cuando hemos reparado en la desaparición de las plantas, en cualquiera de las plataformas por las que la arquitectura proyectada y ejecutada se comunica.




      Aquello que durante años, quizá también siglos, ha sido la herramienta clave en el proyecto de arquitectura está en claro peligro de extinción. Una desaparición que abre algunos interrogantes. ¿La planta ya no existe o solo es que se oculta? Desaparecida u oculta ¿por qué esta marginación, este desplazamiento de la centralidad arquitectónica? Parece que la planta no resiste el arrebato comunicativo y visual que empuja toda la arquitectura actual. La planta no es atractiva, la planta no es sexy, la planta no tiene glamour alguno. Podemos comprobar en cualquier web o en cualquier publicación de proyectos arquitectónicos que todos empiezan por unos renders de brillantes materialidades y paisajes brumosos, y acaban por unas fotografías de impecables perspectivas e inauditos juegos de luces.

      Sin embargo la planta es el tablero en el que, nosotros al menos, seguimos librando la batalla principal del proyecto, aquella que nos permite decir que eso, resolver en planta un enigma, solo sabemos hacerlo nosotros, y creo que eso es lo que nos cualifica, porque justamente con el proceso se acredita las enormes distancias que pueden establecerse entre un principio tan entusiasmado como repleto de decisiones susceptibles de mejorarse o de perfeccionarse. Son procesos acreditativos de algún tipo de maestría que va incorporando optimizaciones conforme progresa, a las que podemos añadir las cualificaciones y determinaciones propias de los sucesivos y necesarios cambios de escala.

      El espacio que el trabajo en planta constituye también puede ser un espacio cultural, no estrictamente técnico, abierto a ficciones y a políticas, en el que la vida también está presente, aunque sea codificada en líneas y códigos. De súbito viene a mi memoria el gozo de enfrentarme a una planta de Miralles y, al menos, creer que había sabido interpretarla, después del necesario tiempo de estudio (menudos jeroglíficos sin roseta)

      Es probable que la arquitectura, como todo, en este postcapitalismo, tecnocapitalismo o como se le quiera llamar al sistema que nos gobierna, y se reconozca o no, sea, casi solo, un producto. Un producto material o virtual que viaja por el mundo entrando en competencia con miles de millones de productos cuya única posibilidad de supervivencia se fundamente en la  confianza de que una imagen llame la atención de un otro que busca incansable en algún lugar del planeta, o que, a base de una infinita insistencia, aspira a pertenecer al selecto grupo de arquitectos influencers que construyen los imaginarios de referencia de lo contempraneo.

      Pero mira, yo hoy, aquí, en un rincón ya muy caluroso, reivindicaré un dibujo, no, una serie abierta de dibujos indescifrables, en los que ocurren cosas mágicas. E incluso me atreveré a recomendar a mis amigos que lo practiquen.