La siempre intensa experiencia de un sencillo viaje de estudios a
Madrid ha modificado muy positivamente
mi percepción de la ciudad hasta hacerme pensar que en Madrid se está produciendo
una tranquila regeneración de la vida urbana en la gran ciudad que pronto
pudiera tener valiosos efectos sin retorno. Intentaré argumentar las razones de
esta feliz perspectiva.
Del círculo plástico al
escarabajo móvil
La incuestionable evolución, aunque a veces resulte poco apreciable
como las agujas de las horas en un antiguo reloj, de la arquitectura, de la
gran arquitectura, puede constatarse con luminosa claridad en lo que va del
salón de actos del Círculo de Lectores a los Excaravox de Matadero. Dos
configuraciones para un único programa de concurrencia pública tan brillantes
como contrapuestas que expresan múltiples tránsitos de lo arquitectónico: del
fondo del interior al centro de la intemperie; del diseño más que elaborado al
reciclaje y aprovechamiento de todo recurso imprevisto; del amor a la forma, al
espacio y a la estructura, a la fe en la gestión, en el otro y en la
diversidad; de lo artesano a lo industrial; de lo natural a lo tecnológico;
pero sobre todo del concepto de círculo, del tránsito crítico de un círculo
selecto a un círculo gigante tan bastardo y bizarro como sexy e intelectual que
convoca sin discriminación alguna a todas y a todos.
Arboles siempre secos y la red policéntrica
Por más que acudas al ecobulevar de Vallecas siempre saldrás con el
gusto amargo del vacío, un vacío triste y excesivo, porque la arquitectura hoy
es con seguridad con gente, para la gente, en la gente, y allí no encontrarás
nunca a nadie. Pero si lo que quieres son pruebas irrefutables de que además es
tiempo de debilidad, de fragilidad, de precariedad, (nuevos parámetros desde
los que ha de surgir sin reserva alguna toda arquitectura), nada como visitar
el estado del árbol contiguo de Toyo Ito en el ¿Parque? de la Gávia. Es aquí,
subidos en la colina al atardecer, donde se vislumbra el perfil borroso del
derrumbe de la ambición acrítica e inculta que solo tenía lo peor del Barón Haussmann en la cabeza y que por su desmedida
envergadura tardará mucho tiempo en dejar de percibirse. Por el contrario los
municipios claros, fuertes, seguros y compactos (al menos en su concepto) del
cinturón exhiben su conciencia ya sin ningún sentido de inferioridad y se
reconocen como nuevos centros que compiten con el grande, o, mucho mejor, se
complementan en la búsqueda conjunta de la gran región, y ahí está Rivas con
sus referenciales centros experimentales de niños y jóvenes, en los que es
posible imaginar el desarrollo del germen de un nuevo significado para la hoy
terrible palabra democracia; o ese centro de arte dos de mayo en el que con la
rigurosa exposición Poppolitcs uno se reconcilia por fin con el arte, gracias a
la soberbia indagación propositiva de su más que brillante comisario, que deja
el simultaneo ARCO de nuevo en la evidencia más que probable de lo que pronto
también ha de cambiar.
Los nuevos sonidos y los nuevos silencios
Un único motopico en un larguísimo paseo nos recuerda que las obras ya
no son protagonistas, que los presupuestos para renovar aceras una y otra vez
se acabaron, que el coche quizá ya por fin abandono el liderazgo en el reclamo
de que todo a él debe someterse, total para luego terminar viéndolos transitar
con la humillación del 50 en túneles interminables. La ciudad ahora es un grito
reconfortante de columnas humanas que tocan el tambor y dibujan arañas de patas
menguantes engordando un cuerpo social casi a todas horas, porque la ciudadanía
es probable que muy desorganizadamente haya decido establecer una voz de fondo
constante que quiere cambios profundos, y al paso que va sorprendentemente
podría llegar a conseguirlos. Pero la ciudad también debe ser silencio, ofrecer
silencio para poder combinar lo social con lo místico, y para eso ofrece dos
nuevos lugares de los que puede ronear con descaro en los más exigentes
circuitos internacionales. La Antigua Serrería Belga y la Red Bull Music Academy, desde la doble inestabilidad de su futuro y
de su efimeridad tranquilizan con aplomo el profundo malestar de la estética
contemporánea, demuestran que es posible seguir haciendo arquitectura sin
alejarse un milímetro de todas las nuevas condiciones de la actualidad. Puede
ser exagerado pero sentirse cerdo o cordero que pisa la misma tierra de los que
tenían un final inmediato e irrefutable permite tomar conciencia indiscutida
sobre la necesidad de revelarse.
La vuelta al mantel de cuadros
Pero sin duda lo que ya resulta irreversible es la activación de la
ciudadanía desde la horizontalidad activista, un fenómeno al que contribuyen
tanto los éxitos como los fracasos, sea la Plaza de la Cebada o Tabacalera. Los
nuevos procedimientos han venido para quedarse, por muchos ajustes que muy
razonablemente haya que formular para alcanzar transformaciones de mayor
escala. Desde ahí, desde esas experiencias interiores el espacio público ha
adquirido nuevas dimensiones que impulsan nuevas experiencias, la calle no es
la misma, sus dueños legítimos la han recuperado, la han ocupado y la han
reconvertido. Hacía tiempo que no sentía una sensación de pueblo auténtico más
placentera que el mediodía de un sábado alrededor de una gran mesa cubierta por
varios manteles de cuadros sobre los que fue desfilando todo el cromatismo de
la cocina hindú. Quedará para lo privado las conversaciones que los negronis de
una larga tarde impulsaron para una inolvidable sobremesa. Madrid ya era otra Madrid.