En medio de un proceso de diseño complejo y urgente, con el
que se persigue definir un Bloque Quirúrgico moderno, en un espacio
preestablecido y saturado de condicionantes, resultaba más que necesario
contrastar las recomendaciones oficiales con las ejecuciones concretas de
aquello que se llama instalaciones de excelencia. Y ha sido en esa búsqueda cuando
hemos reparado en la desaparición de las plantas, en cualquiera de las
plataformas por las que la arquitectura proyectada y ejecutada se comunica.
Aquello que durante años, quizá también
siglos, ha sido la herramienta clave en el proyecto de arquitectura está en
claro peligro de extinción. Una desaparición que abre algunos interrogantes.
¿La planta ya no existe o solo es que se oculta? Desaparecida u oculta ¿por qué
esta marginación, este desplazamiento de la centralidad arquitectónica? Parece
que la planta no resiste el arrebato comunicativo y visual que empuja toda la
arquitectura actual. La planta no es atractiva, la planta no es sexy, la planta
no tiene glamour alguno. Podemos comprobar en cualquier web o en cualquier publicación
de proyectos arquitectónicos que todos empiezan por unos renders de brillantes
materialidades y paisajes brumosos, y acaban por unas fotografías de impecables
perspectivas e inauditos juegos de luces.
Sin embargo la planta es el tablero en el que, nosotros al menos,
seguimos librando la batalla principal del proyecto, aquella que nos permite
decir que eso, resolver en planta un enigma, solo sabemos hacerlo nosotros, y
creo que eso es lo que nos cualifica, porque justamente con el proceso se
acredita las enormes distancias que pueden establecerse entre un principio tan entusiasmado
como repleto de decisiones susceptibles de mejorarse o de perfeccionarse. Son procesos
acreditativos de algún tipo de maestría que va incorporando optimizaciones
conforme progresa, a las que podemos añadir las cualificaciones y determinaciones
propias de los sucesivos y necesarios cambios de escala.
El espacio que el trabajo en planta constituye también puede
ser un espacio cultural, no estrictamente técnico, abierto a ficciones y a
políticas, en el que la vida también está presente, aunque sea codificada en
líneas y códigos. De súbito viene a mi memoria el gozo de enfrentarme a una
planta de Miralles y, al menos, creer que había sabido interpretarla, después del
necesario tiempo de estudio (menudos jeroglíficos sin roseta)
Es probable que la arquitectura, como todo, en este
postcapitalismo, tecnocapitalismo o como se le quiera llamar al sistema que nos
gobierna, y se reconozca o no, sea, casi solo, un producto. Un producto
material o virtual que viaja por el mundo entrando en competencia con miles de
millones de productos cuya única posibilidad de supervivencia se fundamente en
la confianza de que una imagen llame la
atención de un otro que busca incansable en algún lugar del planeta, o que, a
base de una infinita insistencia, aspira a pertenecer al selecto grupo de
arquitectos influencers que construyen
los imaginarios de referencia de lo contempraneo.
Pero mira, yo hoy, aquí, en un rincón ya muy caluroso,
reivindicaré un dibujo, no, una serie abierta de dibujos indescifrables, en los
que ocurren cosas mágicas. E incluso me atreveré a recomendar a mis amigos que
lo practiquen.