Hoy ha sido el gran día para la fiesta de Los Alcázares, que se
ha realizado este año con más extraordinaria concurrencia que nunca y con la
animación y alegría tradicionales. Se acostumbra a concurrir a la ribera del
Mar Menor, frente a lo que se llama el Rincón de San Jinés(sic), sobre la
desembocadura de una rambla a la orilla de La Albufera y en el sitio que hoy
llamamos Los Alcázares.
Esta romería merecía de la administración tan preferentes
cuidados que se construyeron en diferentes puntos del camino que hay desde aquí
a Murcia, balsas para depósitos de agua que sirvieran, cuando menos, para
abrevadero de las bestias de carga o arrastre; de estas quedan algunas, como
las que dan nombre al pueblo de Balsicas, otra que hay cerca del Cabezo Gordo,
que llaman Balsaquebrada, y la que hoy existe terraplenada a mano izquierda de
la subida al puerto, en tierras del Conde de la Concepción.
Pero aunque no existieran estos testimonios, que revelan el
abolengo árabe de esta romería, bastaría verla para afirmarlo: la indolente
pereza de estas gentes que pasan la mayor parte del día tendidos a la sombra de
sus carros o bajo el lienzo de una mala tienda de campaña, en un parage(sic)
donde el sol abrasa fuertemente y las noches son húmedas y frías; la fuerza que
en todos hace la costumbre para venir en un día determinado del año a este
pedazo de tierra donde no hay en verdad aldea ni simple caserío, por el sólo
placer de bañarse; la vida casi en común que aquí suele hacerse, comiendo uno
de lo que llevan otros a quienes no ha visto jamás, durmiendo casi mezclados,
sin más limitaciones que las indispensables para no ofender el pudor; lo
abigarrado de los trajes, de las mantas que tapan las bocas de los carros, las
bromas que en todas las horas del día aquí se notan; los bailes, las zambras,
los fritos incesantes con que acompañan todas sus diversiones; las gracias, el
donaire y hasta las pasiones que parecen ser más violentas, menos disimuladas,
y en alto grado espansivas(sic); todo en fin, tiene un tono, un colorido tan
marcadamente oriental, que es imposible desconocer.
De grandes distancias llegan a estos sitios familias
enteras, vienen por regla general en carros de dos o tres mulas; en el fondo
del carro llevan la cama en que han de dormir, la ropa que han de ponerse y la
comida para tres o cuatro días; a la espalda del vehículo la perola de hierro,
la jaula de las gallinas y el haz de leña, sin otro combustible; dos o tres
días antes del 15 de agosto empieza la concurrencia que no cesa hasta pasados
algunos días; la multitud se estiende(sic) en un espacio que no habrá bajado
este año de tres o cuatro kilómetros sin orden casi tumultuosamente y
escepto(sic) en el centro donde se colocan en un orden regular más de cien
casetas llenas de toda clase de objetos de comercio; lo demás forma estrechas
calles y pequeños pasadizos; las bestias se atan a las ruedas de los carros,
los hombres bajo los toldos que se prolongan cosiendo una sábana ó una manta a
la visera y atado sus puntas a las varas.
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