Un texto anónimo que te
entregan a la salida refiere la experiencia que acabas de tener como una
abrumadora inmersión hacia nuestro propio interior, efecto de los
deslizamientos físicos y cromáticos que Nico Munuera es capaz de realizar en
las pinturas que cuelgan por fin de las paredes de la Sala de Verónicas.
Sin embargo, el tiempo que el
autor del texto reclama para que cada uno se sumerja en sí mismo como efecto de
estar mirando cualquiera de esos cuadros de gran formato, yo lo he dedicado a
interrogarles, a preguntarles qué hacían allí, que pretendían con su presencia,
si tenían algo que decirme, incluso si tenían algo que pedirme. Ha sido después cuando
he comprobado el error: aquello no está pensado para el nosotros, está pensado
para el yo; pero ya era tarde, las preguntas estaban hechas, aún más, ya disponía
hasta de las respuestas.
Es probable que la
contemplación obsesiva de esos espacios cromáticos pueda conducir a estados
místicos. Poco que decir del orden, de la pulcritud, del esmero, de la
sutiliza, de la seriación, de la fragmentación, incluso de la manipulación del
tiempo o de la pericia técnica. Pero lo que sin duda es cierto es que Verónicas
traslada un claro mensaje político de reconquista y de hegemonía, incluso de limpieza
y purificación. Me consta la tranquilidad de muchas conciencias: se ha
restituido el control disciplinar.
Pero lo siento, a algunos nos
interesa el desorden, la experimentación, lo contingente, lo relacional, la
incertidumbre, lo, incluso, incomprensible, o lo inaprensible.
Leí con entusiasmo este
verano el relato de Vila-Matas de su experiencia en Kassel, un encuentro
abierto, desprejuiciado, con el arte contemporáneo que a lo largo del texto paulatinamente
le va atrapando hasta alcanzar un entusiasmo performativo, hasta acabar sintiéndose otro, por efecto de una secuencia
de experiencias que en ningún caso, como el título resume, invitan a la lógica.
Verónicas es ahora una experiencia
inversa, una experiencia racional que te proyecta a un pasado antropomórfico
imposible de relacionar con el presente.
Así frente al pretendido
efecto balsámico de este indiscutible giro radical, al menos deben saber que a algunos
visitantes a la salida les hierve la sangre.
Matemos a los pintores por las calles, que no vuelvan a ensuciar los templos de la experimentacion trascendental de la nueva iglesia del arte contemporáneo, fosiles de mierda que nos quieren devolver a las cavernas. ¡Viva la trascendencia que nos libra de la mugre popular! ¡Viva el comisariado internacional y Pedro Alberto Cruz!
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