lunes, 30 de junio de 2014

Mercado de Colón

Paseando ayer, último domingo de este tórrido junio, por el Mercado de Colón de Valencia me esforzaba por recordar los detalles de una primera visita en el 83. Portaba en aquella ocasión: un tablero, un portaminas, una goma y varias láminas de dibujo, con el propósito de realizar un croquis para una de las primeras entregas de Análisis de Formas. Imagino que al menos fue necesario un día de trabajo para registrar torpemente aquella magnífica arquitectura. Y también imagino, o quier imaginar, que el mercado que miraba e intentaba dibujar era bastante próximo aun a como inicialmente fue concebido. Aunque en verdad no lo recuerdo, y dese luego tampoco conservo la lámina, aquello seguro que olía a pescado fresco, carne tierna, fruta aromática y a flores junto a las puertas. Unas olores que nunca, pensaría yo entonces, que fueran arquitectura, que fueran la esencia del mercado y en consecuencia la esencia de la arquitectura. Unas olores que aquella estructura retenía y que suavemente dejaba escapar por sus amplios espacio abiertos imprimiendo carácter a todo un barrio. Con la misma intensidad podríamos hablar de los objetos, sea naranja o sea roblón. O de los colores, de todos los colores. De las cenefas y de los ladrillos, de los tenderos y de las tenderas, del agua que chorrea, de la humedad del ambiente. Sea como fuere aquel espacio se quedó grabado en mi memoria como algo sublime, y allí, probablemente sentado en el suelo, con las piernas cruzadas, el tablero con su lamina sujeta encima de las piernas, el portaminas en la mano derecha y la goma en la izquierda, me dije: haré lo posible por ser un buen arquitecto, un tipo de arquitecto capaz en algún momento de contribuir a la configuración de algo parecido, consciente, en cualquier caso, de que ese compromiso implicaba una demanda tan asfixiante que difícilmente podría ser capaz en algún momento de responderla. El Mercado de Colón se convirtió, así, en el símbolo de mi compromiso personal.

Han pasado más de 30 años y durante todos ellos he sido fiel al compromiso que allí contraje. No entraré a valorar si he conseguido en algún momento lo que me propuse, pero puedo asegurar que lo he intentado con mucha más intensidad de la que nunca podría imaginar que se necesitara. Y he vuelto además a renovar mi compromiso, a ratificarlo, deambulando, ahora, con las manos en los bolsillos. Pero no he podido hacerlo con la experiencia renovada. El Mercado de Colón ya no es el Mercado de Colón, aunque dicen haberlo restaurado exquisitamente, premio Europa Nostra incluido. Ahora es un edificio emblemático destinado al food&shopping, o una galería comercial, si se quiere, con su buen parking propio en varios profundos sótanos, pero ya no huele, todo está plastificado o acristalado, ya no hay tenderos, ni tenderas, ni nada de todo lo demás. Dicen en la web que: El proyecto contemporáneo sirve de contrapunto elegante del edificio histórico y deja el protagonismo del monumento intacto creando un espacio donde relajarse, ver y escuchar con calidad de vida el atractivo del centro de la ciudad. Y yo me pregunto qué será: contrapunto, elegante, protagonismo, intacto, ver, escuchar, calidad de vida. En realidad solo entiendo los artículos y los adverbios. Sigo leyendo en la web y me encuentro con que: la actuación se centra en la formación de seis cubos de cristal con retroiluminación interior. Y digo:  Claro, si es Valencia serán cubos. Pero a continuación me pregunto: ¿Es que nadie ha mirado alrededor? -Si esto es una impecable copia modernista, me respondo a mi mismo. ¿Qué pintan aquí esos cubos? Pero sobretodo: ¿Nadie ha echado en falta tanta ausencia?

De lo que ya no dudo es de que tengo un juicio, de que al menos en estos 30 años he desarrollado el sentimiento de juicio. Y con la libertad que el propio juicio otorga digo que el Mercado de Colón ha desaparecido en su totalidad, y que la arquitectura "contemporánea" ha sido la que se ha encargado de ello. Otra gran tragedia en la Valencia de estos años.







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