Situación 1.
En una noche del lejano año 79 el Vesubio inició una
repentina actividad y grandes cantidades de lava y ceniza se deslizaron por sus
laderas inundando todo cuanto encontraban en su descenso. Y así será cómo la
ciudad de Pompeya se quedaría suspendida en el tiempo para siempre.
En 1858 el arqueólogo Guiseppe Fiorelli, contemplando la
lava que aun cubría Pompeya, tiene la feliz idea de introducir yeso líquido a
través de las cavidades abiertas en la superficie, intuyendo que en el interior
de la lava deben quedar los huecos de los cuerpos, completamente descompuestos
por el paso de los siglos, de los habitantes sorprendidos por la erupción del
volcán.
En el verano del 2015 el Museo Arqueológico Nacional de
Nápoles organiza una magna exposición que, a través de numerosas piezas,
pretende poner de manifiesto la constante y poderosa influencia cultural de la
mítica ciudad; complementándose con una instalación, denominada “Raptados en la
muerte” y diseñada por el arquitecto Francesco Venezia, en la que se exponen
hasta 30 relieves de las primitivas victimas sobre un fondo negro. Unos falsos
cuerpos que sin embargo expresan, en su inalcanzable plasticidad, un icónico
sentido de la tragedia.
Situación 2.
Todo el año 1911, cuando
Le Corbusier contaba con 24, lo dedica por completo a viajar. Recorre Viena,
Rumanía, Turquía y Grecia, para terminar en Italia. Un grand tour, fiel al estilo instituido por Richard Lassels en 1670
en su obra “El viaje a Italia”, y cuyo recorrido por Italia, siguiendo las recomendaciones
de Goethe, que también publicó su propio Viaje a Italia, concluyó en Pompeya. Y
allí que llegó el joven LeCorbu, con su cuaderno de viaje y con su afán de
arquitectura, para hacer un dibujo esquemático del foro al que incorpora el
siguiente texto: (las columnas a contra
luz son “añadidas” / para explicar el espacio.
Ahí tenemos al arquitecto que gobernará la arquitectura del
siglo XX manifestando su inquetud por el espacio, por su configuración, por su
apropiación, por su conceptualización. Podríamos estar en un momento
instituyente de una nueva era espacial,
ajena al genius loci, la del espacio
moderno.
Pero lo que quizá no sepa Le Corbusier es que las montañas
del fondo de su dibujo, esas de las que parece desentenderse, son las de la Costa
Amalfitana, que por su interés natural y cultural serán declaradas por la
Unesco, en 1997, Patrimonio de la Humanidad.
Situación 3.
En una luminosa mañana de mayo de 2017 Juan Antonio
Sánchez Morales (es decir yo), con 57
años y aún de Erasmus, visita Pompeya. Como no pudiera ser de otra manera,
también queda perturbado por la intensidad de la experiencia y sorprendido con
agrado de que una gran parte de la ciudad se hay dejado sine excavar,
ofreciendo una clara imagen de la capacidad reconstructora de la propia
naturaleza que contrasta con el grosero hormiguero humano que escudriña lo
revelado.
Ese mismo día, pero por la tarde, se dirige a Cetara, una de
las localidades con más encanto de la Costa Amalfitana, se recosta en la playa
y empieza sentir un elevado ritmo cardiaco, vértigo, confusión, palpitaciones,
… Busca explicaciones y duda. Bien pudiera ser los efectos propios del sindrome
de Stendhal. Pero también pudiera ser efecto de una súbita violencia
antropocena acelerada con softwares
de edición digital.
Fuese lo que fuese el caso es que allí quedó también
inmovilizado para siempre.