sábado, 17 de noviembre de 2018

Agua, qué alegría


Un año más ha vuelto a pasar, aunque en esta ocasión ha sido para nuestra propia satisfacción.
Diría que antes, hace décadas, era más pronto, pero ahora es a mediados de noviembre cuando llueve en Murcia. Porque sí, hay al menos un día al año en el que en Murcia llueve. Llueve y mucho. Sin embargo al día siguiente todos se sorprenden, un año tras otro. Como si fuera algo inaudito, como si no hubiera pasado lo mismo el año anterior. Solo hace falta ver las portadas de los periódicos. Y lo sé con seguridad porque desde hace un par de años estaba esperando que este día llegara, porque hay trabajos que solo se conciben para un día inesperado y cuando ese día llega, la verdad, te llena de entusiasmo, pero habrá que empezar más o menos por el principio.

En la década prodigiosa que inauguró este siglo, en el Campo de Cartagena se proyectaron innumerables resort, y algunos de ellos alcanzaron su plena condición real. Uno, de los menos conocidos pero extenso como el que más,  es Terrazas de la Torre Golf Resort, situado en tierra de nadie entre Balsicas, Torre Pacheco y Roldán. Un resort estándar con su amplio campo de golf, con sus apartamentos en el perímetro, con su rotunda  valla circundante alfonsina y con su puerta rimbombante con sus guardias de seguridad practicando antiguos controles aduaneros. Un resort con su amplia avenida propia de acceso que se toma desde la carretera que une Balsicas con Roldán.

Pues bien, esa avenida sorprendente con su puntuación de palmeras, su doble carril por sentido y unas aceras solitarias que la bordean, una vez al año es río. Un río mágico que entra al resort como Pedro por su casa y devasta todo su interior hasta terminar brincando por la parte de la valla que se encuentra al final de su recorrido. Y pasa que mientras el río atraviesa el resort ni se sale ni se entra. El resort convertido en cárcel temporal, en gueto, en una extraña  isla inundada, en una bañera gigantesca. Y lo más sorprendente es que eso puede ocurrir sin que allí llegue a llover. Un agua enorme que aparece de súbito por la puerta sin que nadie la haya reclamado.

La empresa que administra el resort un día convocó allí mismo a un número indeterminado de arquitectos, entre los que nos encontrábamos, al objeto de hacerles partícipes en directo del fenómeno y de convocar un concurso de ideas, o similar, para, digamos, tomar medidas. Lo ganamos nosotros y nos pusimos a estudiar.

Pronto descubrimos que, simplificando, el resort estaba encima de una rambla, una de las muchas que recorren en paralelo todo el largo del Campo de Cartagena y que el agua solo pretendía seguir el camino que en los últimos milenios había seguido. Esa visita inesperada era un agua a la que una vez al año gustaba pasar por allí. Sobra decir que el invitado patoso y extemporáneo, inadaptado, era el propio resort y nuestro compromiso obligado sería mejorar su integración territorial. Así, empezamos por una aproximación hidrológica territorial hasta definir una posible cuenca. Seguimos por hacer unos cálculos hidráulicos y finalmente un diseño de cauce para que ese itinerario al que el agua estaba acostumbrada se pudiera recuperar lo antes posible. Un proyecto, pues, de restauración hidrológica, al más puro estilo posthumano, pero en unas condiciones de extrema austeridad económica y encorsetados en un terreno de propiedad municipal con un ambiguo permiso verbal de ocupación.


El proceso avanzó con la contratación de una empresa que por muy poco dinero, porque tampoco era mucha la obra, se dispuso a construir en medio de la nada un cauce. Todo ello bajo un sol de justicia que hacía percibir lo que proyectábamos como un auténtico espejismo.

En ese tiempo, en el que nos creíamos los mejores intérpretes del medio, incluso intentamos que esa agua que estaba por venir se pudiera aprovechar, retenerla y destinarla pausadamente al riego de lo que fuera. Porque lo más paradójico de todo es que siendo un lugar este en el que un día sí y al siguiente también alguien reclama que venga agua de dónde sea, cuando esta aparece sin que nadie la convoque, entonces nadie la quiere y el agua se convierte en una agente hostil e indeseado al que se le atribuye el trágico fin de que todo lo arrasa a su paso, como si hubiera agua buena y pacífica frente a aguas maléficas y exterminadoras. Pero a esto no llegamos. El agua, si acaso aparecía, sortearía el resort para seguir su camino hacia el Mar Menor.

Ayer, en Murcia ciudad, tan solo caían unas gotas cuando sonó el teléfono. Era Pepa, de la empresa administradora, diciendo que fuera a Balsicas para ver el espectáculo. En los vídeos que siguen pueden verse pequeños fragmentos de lo que nos encontramos (ni sé, ni tengo tiempo de aprender también a montarlos en uno solo)

A veces, este oficio da satisfacciones.