miércoles, 20 de febrero de 2013

POSTMADRID, destellos de una capital más social, más cultural y más rural.


La siempre intensa experiencia de un sencillo viaje de estudios a Madrid  ha modificado muy positivamente mi percepción de la ciudad hasta hacerme pensar que en Madrid se está produciendo una tranquila regeneración de la vida urbana en la gran ciudad que pronto pudiera tener valiosos efectos sin retorno. Intentaré argumentar las razones de esta feliz perspectiva.

 

Del círculo plástico al escarabajo móvil

La incuestionable evolución, aunque a veces resulte poco apreciable como las agujas de las horas en un antiguo reloj, de la arquitectura, de la gran arquitectura, puede constatarse con luminosa claridad en lo que va del salón de actos del Círculo de Lectores a los Excaravox de Matadero. Dos configuraciones para un único programa de concurrencia pública tan brillantes como contrapuestas que expresan múltiples tránsitos de lo arquitectónico: del fondo del interior al centro de la intemperie; del diseño más que elaborado al reciclaje y aprovechamiento de todo recurso imprevisto; del amor a la forma, al espacio y a la estructura, a la fe en la gestión, en el otro y en la diversidad; de lo artesano a lo industrial; de lo natural a lo tecnológico; pero sobre todo del concepto de círculo, del tránsito crítico de un círculo selecto a un círculo gigante tan bastardo y bizarro como sexy e intelectual que convoca sin discriminación alguna a todas y a todos.

 

Arboles siempre secos y la red policéntrica

Por más que acudas al ecobulevar de Vallecas siempre saldrás con el gusto amargo del vacío, un vacío triste y excesivo, porque la arquitectura hoy es con seguridad con gente, para la gente, en la gente, y allí no encontrarás nunca a nadie. Pero si lo que quieres son pruebas irrefutables de que además es tiempo de debilidad, de fragilidad, de precariedad, (nuevos parámetros desde los que ha de surgir sin reserva alguna toda arquitectura), nada como visitar el estado del árbol contiguo de Toyo Ito en el ¿Parque? de la Gávia. Es aquí, subidos en la colina al atardecer, donde se vislumbra el perfil borroso del derrumbe de la ambición acrítica e inculta que solo tenía lo peor del  Barón Haussmann en la cabeza y que por su desmedida envergadura tardará mucho tiempo en dejar de percibirse. Por el contrario los municipios claros, fuertes, seguros y compactos (al menos en su concepto) del cinturón exhiben su conciencia ya sin ningún sentido de inferioridad y se reconocen como nuevos centros que compiten con el grande, o, mucho mejor, se complementan en la búsqueda conjunta de la gran región, y ahí está Rivas con sus referenciales centros experimentales de niños y jóvenes, en los que es posible imaginar el desarrollo del germen de un nuevo significado para la hoy terrible palabra democracia; o ese centro de arte dos de mayo en el que con la rigurosa exposición Poppolitcs uno se reconcilia por fin con el arte, gracias a la soberbia indagación propositiva de su más que brillante comisario, que deja el simultaneo ARCO de nuevo en la evidencia más que probable de lo que pronto también ha de cambiar.

 

Los nuevos sonidos y los nuevos silencios

Un único motopico en un larguísimo paseo nos recuerda que las obras ya no son protagonistas, que los presupuestos para renovar aceras una y otra vez se acabaron, que el coche quizá ya por fin abandono el liderazgo en el reclamo de que todo a él debe someterse, total para luego terminar viéndolos transitar con la humillación del 50 en túneles interminables. La ciudad ahora es un grito reconfortante de columnas humanas que tocan el tambor y dibujan arañas de patas menguantes engordando un cuerpo social casi a todas horas, porque la ciudadanía es probable que muy desorganizadamente haya decido establecer una voz de fondo constante que quiere cambios profundos, y al paso que va sorprendentemente podría llegar a conseguirlos. Pero la ciudad también debe ser silencio, ofrecer silencio para poder combinar lo social con lo místico, y para eso ofrece dos nuevos lugares de los que puede ronear con descaro en los más exigentes circuitos internacionales. La Antigua Serrería Belga y la Red Bull Music Academy, desde la doble inestabilidad de su futuro y de su efimeridad tranquilizan con aplomo el profundo malestar de la estética contemporánea, demuestran que es posible seguir haciendo arquitectura sin alejarse un milímetro de todas las nuevas condiciones de la actualidad. Puede ser exagerado pero sentirse cerdo o cordero que pisa la misma tierra de los que tenían un final inmediato e irrefutable permite tomar conciencia indiscutida sobre la necesidad de revelarse.

 

La vuelta al mantel de cuadros

Pero sin duda lo que ya resulta irreversible es la activación de la ciudadanía desde la horizontalidad activista, un fenómeno al que contribuyen tanto los éxitos como los fracasos, sea la Plaza de la Cebada o Tabacalera. Los nuevos procedimientos han venido para quedarse, por muchos ajustes que muy razonablemente haya que formular para alcanzar transformaciones de mayor escala. Desde ahí, desde esas experiencias interiores el espacio público ha adquirido nuevas dimensiones que impulsan nuevas experiencias, la calle no es la misma, sus dueños legítimos la han recuperado, la han ocupado y la han reconvertido. Hacía tiempo que no sentía una sensación de pueblo auténtico más placentera que el mediodía de un sábado alrededor de una gran mesa cubierta por varios manteles de cuadros sobre los que fue desfilando todo el cromatismo de la cocina hindú. Quedará para lo privado las conversaciones que los negronis de una larga tarde impulsaron para una inolvidable sobremesa. Madrid ya era otra Madrid.

 

 

 

 


 

 

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